Yo también escuché a Moustaki
Veintitrés
Amo el rock por encima de todas porque durante treinta años largos fue la expresión de mi rebeldía. Pero lo cierto es que también estimo otras músicas. Por ejemplo, la canción francesa. Su capacidad de devolverme a los días en que las escuchaba por primera vez permanece incólume, por más que todo siga cayéndose a pedazos.
El pórtico a esa fuente inagotable de evocaciones fue una chica del Liceo Francés de Madrid, que me inspiró mucho en 1977, recién cumplidos los 18 años. Como todas las chicas tristes de entonces -naturalmente mis favoritas-, era una ardiente admiradora de Georges Moustaki. Su gracia al entonar La carte du tendre, "el mapa de la ternura" me traducía, hizo que yo también lo fuera. Así que ahora voy a contar como también yo escuché a Moustaki y fui dichoso con sus canciones tristes de agradables melodías.
Ya olvidada aquella chica del 77, y las dos o tres que me inspiraron tras ella, esa mitificación de París que gravita en buena parte del repertorio del pesimista alegre -como se definió el mismo Moustaki en Je suis un autre, mi favorita de todas sus piezas- fue determinante para que yo visitara París con veinte años, en 1980. No obstante su cosmopolitismo, París siempre fue su pequeño reino afortunado. De ello, además de las constantes referencias en sus letras, también viene a dejar constancia esa preponderancia de los valses parisinos entre sus melodías.
La ciudad de Moustaki, diré entonces, me impresionó tan gratamente en mi primera visita que la convertí en la capital de mi mitología personal y empecé a interesarme por la cultura francesa. Recuerdo el placer con el que compraba los discos originales del optimista triste -como también se definía el hoy finado en la canción aludida- ya que entonces, en sus álbumes españoles, aún faltaban las piezas prohibidas. Escuché a Moustaki con regularidad, ávido de ensoñación y de esas evocaciones que me sugería su universo heterodoxo, apacible e indolente hasta que los primeros reveses de los años 90 me obligaron a vender todos mis discos.
Enviado por El Mundo a la Semana Negra de Gijón en 1994, tuve oportunidad de entrevistar a Moustaki tras su concierto asturiano. Y el favorito de las chicas tristes resultó ser una persona excelente. Nada que ver con esa afectación común a tantos notables al ser entrevistados. Recuerdo que le gustaba jugar al ping-pong y que me saludaba cuando coincidíamos en el restaurante. Ni entonces, ni en ninguna de las actuaciones suyas a las que yo había asistido desde su primer concierto madrileño en el teatro Monumental en el año 80, interpretó Je suis un autre. Le pregunté a qué se debía y me contestó que se le había olvidado la letra. Por aquellos días, el entonces recién fallecido Léo Ferré o Jacques Brel me parecían mucho más graves y profundos, más consistentes en definitiva. Pero las canciones de Moustaki continuaban transportándome a las ternuras e ingenuidades de mi adolescencia. Con lo que me resultaban mucho más entrañables.
Volví a hacerme con los discos -esta vez en cd- y a ver a Moustaki en un concierto que dio a finales de los años 90 en Galileo Galilei. Ya hacía mucho tiempo que no le acompañaba en las tablas la cantante chilena Marta Contreras. También habían quedado atrás los arreglos de Jacques Bedos, que tanto contribuyeron a esa dulzura inconfundible del sonido de sus álbumes de los años 70. "Por primera vez en mucho tiempo estoy solo en un escenario", dijo entonces, al volver a comparecer ante el público madrileño. Aquella fue la noche en que comprendí que llegaría un día en que yo habría de dedicarle este último tributo que ahora le escribo.
Así que me alegré con los tres álbumes que publicó en la pasada década, sin dejar por ello de advertir que en cada uno de ellos su voz se iba a apagando más y más. En el primero grabó una canción a medias con Emma Thompson. Como al mujeriego que era, lo de los duetos con actrices le venía de antiguo. Pero en aquella ocasión me dio la impresión que obedecía a cierto cansancio. El procedimiento, con distintos artistas invitados, se repitió en las siguientes entregas, en las que también incluyo nuevas versiones de sus viejos temas, aquellos que trazaron el mapa de la ternura en plena revolución sexual. Porque la revolución sexual -y no el mayo del 68, como tan gratuitamente le adjudicarán algunos comentaristas- fue el verdadero telón de fondo del gran Moustaki, el de los años 70.
Le vi actuar por última vez en los Veranos de la Villa del año 2008. Su deterioro físico ya era evidente. Entonces recordó cuando intentó cantar en Barcelona treinta y cinco años antes y se lo prohibieron.
"Nosotros los de entonces, ya no somos los mismos/ aunque a veces nos guste una canción", concluye Jaime Gil de Biedma su Elegía y recuerdo de la canción francesa. Las de Moustaki ya son un clásico, como Les feuilles mortes, de Joseph Kosma y Pierre Prévert, Le déserteur de Boris Vian o Ne me quitte pas de Jacques Brel. Pero a mí me conmueven mucho más que ninguna otra porque trazaron el mapa de la ternura de mi adolescencia.
Publicado el 24 de mayo de 2013 a las 01:30.